Hawái.


232. Between
enero 1, 2013, 2:20 pm
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BETWEEN
»Between«
12k. 2012

“El brillo eléctrico de las luces de la calle se desvanece en la niebla de la noche azul. El camino roto se estrecha y gradualmente se aleja de los cables que cuelgan precariamente y sin cesar por encima de nuestras cabezas”. Cinco personas, cinco amigos parte de una misma familia, reunidos en la misma habitación, encerrados para reflejar el brillo de una ciudad y un país que por más que alguien conozca nunca llegará a ser suya: siempre habrá una sensación de extrañeza que al mismo tiempo produce una especial fascinación. En octubre del pasado año, no más de dos meses atrás, parte importante del actual roster del sello 12k se trasladó a unas cuantas ciudades de Japón en una gira que se extendió por poco más de una semana. En ella cada uno de los visitantes realizó varias presentaciones, en solitario y también junto algunos de sus compañeros de travesía. Fueron días de compartir escenarios, calles, cenas, comidas, lugares, historias, sonidos.

“Un árbol solitario se sostiene separado en un entorno urbano tranquilo. Entre las ramas el aire frío despedaza pequeños sonidos en el aire húmedo, una voz susurrante, una corteza crujiente como el árbol responde, sin saberlo, a las condiciones del paisaje… Una voz llama, haciendo eco entre los edificios bajos. A varios kilómetros de distancia, donde la naturaleza acalla a la ciudad, un pequeño río corre donde el agua poco profunda es pura y limpia. Una forma oscura pasa cerca, sus grandes alas desaparecen en la oscuridad por delante. Se dirige, de nuevo, hacia el resplandor azul. Amo este lugar”. Octubre 8 de 2012. Kinse Kyokan, Kyoto. Los amigos se reúnen para una sesión pública en vivo. El resultado son treinta y ocho minutos y ocho segundos, fruto de compartir un espacio y unas sonoridades comunes. Between es el nombre de este proyecto situado al margen interior. Diciembre 12 de 2012 aparece con el número de catálogo 12k2026, y en una tirada de 500 copias, “Between”. Enero 9 de 2013: en mis manos se halla este precioso trabajo, hecho de cartón reciclado y con tinta de color negra impresa en la mayor parte de su superficie. Impecable diseño que huele a naturaleza, que emana flores espontáneas. Ahora ya insertos en sus rincones de madera, Between es, son Simon Scott, Corey Fuller, Marcus Fischer, Tomoyoshi Date y Taylor Deupree. De Scott aún se pueden oír sus recovecos pantanosos, los sonidos bajo el agua y los ambientes fríos de “Below Sea Level” (12k, 2012) [222]. Fuller y Date son la pareja que se hace llamar Illuha. Ellos son los responsables de “Shizuku” (12k, 2011) [174], un disco que depara más sorpresas de los que una primera escucha entrega. Aquel disco quedo entre los más destacados de ese año para nosotros, casi de manera inconsciente –hace no mucho regresé a él, queriendo encontrar aquello que permanecía indescifrable, y de una manera aún superior a como me afectó antes, quede abstraído en sus atmósferas–. Fischer es el autor de “Monocoastal” (12k, 2010) e “In A Place Of Such Graceful Shapes” (12k, 2011) [172], este a medias con Deupree, el último que integra este encuentro ocasional. Pulso play en el reproductor y, tan pronto como empieza a sonar,l inmediatamente comienzan a crujir los sonidos. Guitarra, voz, rhodes, pianos, percusión, cassettes, sintetizador, electronics, campanas y rasguños. Todo lo que el label con sede en las profundidades boscosas de Pound Ridge representa se ve trasladado a estos instantes recopilados. Cada uno de quienes se encontraba en ese lugar del mundo contribuye a crear un ambiente particular, especial, único. Sumándose de manera sigilosa al resto, inmiscuyéndose de forma discreta a los otros. Ninguno por encima de los demás, todos debajo de todos. Electrónica digitalizada manualmente, casi de manera casera, con las ondas esparciéndose a un ritmo lento y espacioso, pausado y prolongado. Cada segundo se sucede de forma distinta a la habitual, y el tiempo pierde su integridad. Y entre medio de esos segundos es que ocurren los accidentes, pequeñas eventualidades que rompen la normalidad. Son quiebres de tamaño minúsculo, quiebres del sonido, trozos que se separan de su matriz y que toman una desviación en el vacío. Es como ver lanzar un jarro de cristal y romperse contra el suelo, en cámara lenta. Uno puede ver los pedazos suspenderse en el aire. Existe un manto sobre el cual esos sonidos se despliegan, y ese manto flota quieto, estático, afirmado sobre sus pilares sintéticos. Si existen similitudes, estas están muy cerca de los trabajos recientes de Taylor Deupree. Como en aquellos, los detalles son una parte esencial del entramado, son ellos quienes muchas veces sirven de soporte a las ligeras líneas que se hallan en el fondo. “Between” se edifica desde lo menor, desde lo pequeño hacia algo mayor, siendo los trazos más largos incrustados de fragmentos, decorados hasta en sus espacios más alejados por piezas que se han separado de algún lugar mágico. El sonido cruje, se estrella, revolotea, se crispa, destella. El ruido estalla, brilla, se cubre de polvo, cubre de polvo al resto de los sonidos. Las notas fluyen espontáneamente, los acordes tiemblan de manera tardía, los timbres hacen eco entre los restantes instrumentos, y el cúmulo de elementos reunidos susurra en el viento encerrado, contenido. Un millón de fragmentos chocando entre sí, texturas segmentadas friccionando en direcciones verticales. Un millón de partículas de luz comprimidas.

“Un pequeño grupo duerme en escalones de mármol por delante, lleno de vida pero quietos. Paso una moneda y luego otra, hasta que tomo mi decisión mientras el viaje se ha completado. Cestas de bicicletas llenas de papel, columnas y tentáculos, sus pequeños sonidos golpeando, taladrando, rasguñando. Las tablas están crujiendo. Pequeños detalles compartidos…”. Hasta este momento ya he alcanzado a oír estos sonidos varias veces, y cada una de esas veces se descubre algo que antes no me había percatado que estaba. Uno llega a confundirse, y lo que suena también se puede fácilmente confundir con lo que le rodea, un cassette manipulado con la loza de la cocina, un sintetizador con las vastas hojas de palmera al viento, un piano con la madera añosa del piso, una guitarra con un ave cantando sobre una rama… Between es el ruido de la naturaleza crepitando en una mañana de verano, fría y húmeda, igual que la que acaba de suceder. “Between” son treinta y ocho minutos que también son una exhibición precisa de los ambientes que regularmente nos vienen desde el norte, las resonancias infinitas del murmullo silvestre.

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231. Look For Me Here + Shoals (Edition)
enero 1, 2013, 2:10 pm
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SOLO ANDATA
»Look For Me Here« (2009)
TAYLOR DEUPREE
»Shoals (Edition)« (2010)
12K

Estos discos, los dos publicados por 12k, son ambos pequeños apéndices de trabajos mayores editados por la etiqueta dirigida por Taylor Deupree, uno hace poco más de dos años y otro hace ya más de tres, y representativos de la línea que ha tomado el sello este último tiempo, desde que Taylor decidió dirigir sus oídos hacia los sonidos que emergían en medio del bosque congelado, entre la naturaleza silvestre. Ambos en su momento llamaron mi atención, como lo suelen hacer los trabajos de duración breve, y lo siguen haciendo –de vez en cuando recurro a ellos para tener un baño de frescura–, pero por intentar captar otras obras, y por evitar caer en la redundancia, fueron relegados al descanso entre los archivos amontonados. Pero hoy, como tantas veces, me siento en la necesidad de caer en aquella redundancia.

“Look For Me Here”, ya lo decíamos hace un tiempo atrás, era la joya, una entre varias, de “Solo Andata” (12k, 2009) [074], el primero de Paul Fiocco y Kane Ikin, un disco reposado y extendido y que unificaba como pocos sonidos naturales, instrumentos acústicos y electrónica detallista. La canción rebosaba por todas partes, y a la perfección, esa aleación de sonidos puros con otros que no lo son tanto. “Look For Me Here”, aparecido a la vez que lo hacía ese disco largo, injustamente se nos quedó relegado en esa ocasión, perdido entre ese y muchos otros lugares, pero nunca olvidado. “Look For Me Here” corresponde a un CD single de tan siquiera tres temas e incluye, por cierto, el tema estrella en su album mix, o lo que es lo mismo, ‘la pureza del nylon sobre brumas nocturnas, el ir y venir de la marea de una guitarra acústica’. Es uno de esos temas que se ubica entre los límites a veces difusos entre un track y una canción –más lo segundo que lo primero–. Pero la gloria alcanzada por él no se queda solamente ahí. Su belleza infinita de accidentes de electrónica manual es precedida por otras dos piezas que reconstruyen los espacios de acústica marina. Esas dos restantes son de esas por los que aún creemos fielmente en cada uno de los lanzamientos que nos llegan desde Pound Ridge, casi de manera ciega. Una de ellas, la primera, es “Chorale (Look For Me Here)”, por cuenta del maestro japonés RYUICHI SAKAMOTO –ya presente en el catálogo con “Ocean Fire” (12k, 2008), su trabajo a medias con Christopher Willits [023]–, en una remezcla del tema tan tenue como cabría esperarse de él. El cuidado que emplea al remodelarla es tal que hace parecer la original como algo más sucia de lo que realmente es, quitándole las pocas manchas que tiene hasta dejarla en tonos blancos. Pueden percibirse con facilidad los hilos de ruido sintético moverse entre las aguas cristalina, más limpias que en la versión original. Del otro remix se encarga el italiano GIUSEPPE IELASI, cada vez más que un músico un armador de piezas a partir de ensamblar trozos diferentes –un par de referencias en el sello. Una de ellas, los sonidos–actores del muy recomendable “Aix” (12k, 2009) [052]–. Su comienzo es extraño, con unos metales cristalizados que brillan en la oscuridad, en primer plano, y que recuerdan mucho a las ondas que se propagaban por las calles de Tokio en la cinta de Sofia Coppola. Su tratamiento consiste en destacar ciertos elementos, como esas capas de ruidos que forman una textura crujiente, y esconder otros. Hace resaltar de una manera aún superior los frágiles acordes de guitarra. Mientras desde atrás reverberan imperfecciones binarias, esas cuerdas de nylon, más puras que antes, las coloca por encima del resto, haciendo de esto una electrónica bucólica y ensoñadora. Y en un momento diferente, de pronto, todo se une en una marea imposible de sonoridades, de timbres más que de notas. Los elementos son los mismos, pero su disposición, sin ser diametralmente opuesta, hace que estas estructuraciones sean piezas nuevas, revelando las infinitas posibilidades que se esconden al interior de una canción infinita.

Y a propósito del aún fresco “Faint” (12k, 2012) [229], ese último trabajo de Taylor, sus ambientes me hicieron recordar a “Shoals” (12k, 2010) [108]. Y a propósito de ese trabajo, hablábamos en ese entonces acerca de la necesidad de quitar algo de presión, de los formatos pequeños, de la libertad que tienen los EP’s y, en particular, de “Weather And Worn” (12k, 2009) [049]. Junto con “Shoals”, Deupree nos regala, nos regaló, otra perla de duración corta y contenido en tan solo siete preciosas pulgadas. “Shoals (Edition)” es una versión reducida del álbum madre, y como todo single, solo dos temas. La cara A, “A Fading Found (Edition)”, es el mismo tema que aparece en el LP, pero esos doce minutos originales están ‘editados’ para la ocasión a poco más de cuatro, solo cuatro minutos, los cuales funcionan como una especie de resumen de lo que hay en el disco. Los mismos sonidos, los mismos ecos en la distancia y el mismo efecto subyugador, electrónica surgida de entre los restos del follaje, comprimiendo las riberas habitadas por organismos que se inmiscuyen entre una instrumentación asimétrica. La cara opuesta es un outtake de las mismas sesiones del disco “Sere” es otra pieza de igual duración que la anterior y que, como todas ellas, también se construye y edifica a partir esos sonidos recogidos en el ambiente fruto de una ejecución libre. Son como diminutas notas que en lugar de ser buscadas o interpretadas pareciera que simple y llanamente se las encuentra en la inmensidad del sonido de la naturaleza, formando parte de un proceso espontáneo. Los ruidos de una inmensidad minúscula se ordenan dentro de un caos que fluye por sus propios cauces, y que generan un ánimo especial, aletargado, una atmósfera regada por pantanos verdes. Un paisaje acústico fotografiado entre hierbas humedecidas por mareas bajas. “Shoals (Edition)” y “Look For Me Here” son ambos muestras del cruce que muy bien se da en 12k entre lo orgánico y lo digital, el primero por parte Taylor Deupree, uno de los aventajados en cazar esos mundos, con varias pruebas de ello, el oxigenante “Faint” la más reciente, y el segundo por parte de Solo Andata, unos más que dignos alumnos, practicantes de una electrónica folk pastoril y ambiental. Y todo en proporciones bajas, en distancias pequeñas. En total no llegan a superar la media hora, pero eso es solo una medida temporal que no alcanza a cuantificar la vasta extensión que en ellos se encierra, ni en los diversos rincones que se descubren dentro de sus sonidos desvanecidos.

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230. Hikari No Hana + In Light
enero 1, 2013, 2:00 pm
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SMALL COLOR
»Hikari No Hana«
»In Light«
12K. 2009

Como una forma de dedicarse de manera exclusiva a una clase de música, aquella cuyo origen se encuentra sobre los suelos de las islas ubicadas al extremo oriente de Asia, Taylor Deupree crea Happy, un subsello enfocado a la edición de pop japonés. Esa aventura al margen, pero muy cerca de la empresa madre no fructificó por mucho tiempo. Solo alcanzaron a publicar unas cuantas, pocas referencias. Una vez que aquella idea, de hermoso nombre dejó de existir, era del todo lógico que sus sonidos se acoplaran de forma definitiva a 12k, esto porque justo se cruzaban con el giro que el sello estaba experimentando. Además, esas canciones no podían quedar relegadas al olvido, no lo merecían. Y varias de esas canciones tenían como fuente a un dúo con residencia en Yokohama, en el centro de Japón.

Small Color es una pareja de músicos integrada por Yusuke Onishi y Rie Yoshihara. El es un artista sonoro, compositor, guitarrista y el productor principal. Ella es la encargada de las voces, las atmósferas y la dirección de arte. El es el encargado de la música. Ella se encarga de las letras. Ah, y también publica bajo el nombre de Trico! –dos preciosos trabajos en Flyrec–, y es fotógrafa y además chef. Su primer disco fue “Outflow” (Samurai, 2005), y el año 2009 fue el año de su desembarco en 12k. Lo primero que apareció aún lo recuerdo con claridad, casi como si fuese ayer. Con la seña de identificación 12k3007, un archivo de audio libre para su descarga y con el nombre de “Hikari No Hana” servía de puerta a un universo particular. La canción, cuatro y medio minutos de ensoñación acústica levemente taladrada por chasquidos eléctricos, descubría un lugar donde la belleza tenía reservada un espacio privilegiado. La pieza añadía más elementos de naturaleza electrónica a la corteza con las raíces en la tierra. El constante replicar de pequeños ruidos infiltrándose en medio de los rasgueos de la guitarra, el permanente ir y venir de sustancias de un lado a otro, una caja de ritmos intensificando de manera tenue los pocos acordes, ese silencio al minuto y cuarenta segundos y, por encima de todo, la voz de Rie, tornando mil veces más bella la tierna melodía sobre la que se erige. Esta remezcla, una versión distinta a la que aparecería en el disco pronto a editarse, hacía preveer lo mejor. Su efecto ensoñador se multiplicaría once veces más. En octubre de aquel año asoma de entre la hierba “In Light”, un trabajo que resalta lo que ya se anticipaba, que realza lo que uno podría pensar era un feliz accidente. Por suerte, los felices accidentes se repiten, y lo hacen decorados de una rica y suave instrumentación acústica: guitarra, banjo, bajo, acordeón, órgano, glockenspiel, piano de juguete… Y toda ella intercalada de forma ligera y delicada por programaciones y electrónica que cuando aparece lo hace no para sobresalir sino para simplemente marcar ciertos puntos, para hacerlos a ellos sobresalir. “In Light” se llama la obertura, la que titula esta colección de incidentes en mitad del campo. Un aroma propio de Robert Wyatt en un comienzo ideal, perfecto, irradiando de paz y tranquilidad hasta donde no la hay. Esa tranquilidad pronto se quiebra, aunque conservando idénticas intenciones. Una caja de ritmos casi infantil, y palabras que son un adorno entre el resto de instrumentos. Eso es “Daisy”, la que es seguida de “Life”, similar a la anterior, pero unos cuantos peldaños arriba, lo que ya es mucho. De estructura principalmente electrónica, sus notas que se balancean interminables de una esquina de la armonía a la otra, como si quienes estuvieran detrás de tofo fueran insectos manipulando los ritmos. Y la voz de Rie, equilibrándose de un modo tan cercano que la sientes junto a ti. “Arrows Of Time” es un instrumental en el que el acordeón se mece mientras el banjo teje unos acordes sencillos. Lo mismo pasa en “Nowhere Near”, pero susurrando los sonidos, de igual forma que lo hace la voz. Ese será el curso que tomará el disco, al menos por ahora. “Hideaway” se oculta entre la vegetación, y “Heaven Knows” hará lo mismo. En esta solo un acorde de guitarra será el acompañamiento para Rie y sus palabras, tanto en ingles como en japonés. “Don’t say no, it’s ok”. Efectivamente, no se puede decir que no a ella. “Amaoto” se mueve a medio camino de un jazz muy ligero, sacado de un almacén de juguetes. “Moss” es una miniatura que comprime la electrónica, jazz y el pop en pocos segundos, antesala de “Hikari No Hana” en sus formas originales, de tintes menos sintetizados, diferente e igual de hermosa. “Lemmy” pone el punto final a esta travesía por los verdes prados del pop y las melodías donde perderse hasta siempre. Un entramado natural, cándido, simple, ruido digital que sirve de adorno al ruido hecho de madera, sonidos de bolsillo en una pieza que cabe en un bolsillo, y ella cantando por el simple hecho de hacerlo.

“In Light” no solo es un disco, es un estado de ánimo especial, es también un sitio donde albergarse cuando afuera la vida no es como uno esperaba. Eso hago yo de vez en cuando con ciertos discos, buscando un momento donde aislarme del mundo. Y recurro a el muy a menudo, como hoy mismo, esperando no ser el único, y también como una manera de que otros descubran lo que yo he encontrado, así como reconocer el enorme valor de las obras pequeñas. “In Light” es tan hermoso como un parque escondido, tan puro como respirar en un parque escondido. Sus pastos, sus pequeñas piezas florecen en cualquier clima, brotan en cualquier superficie donde alcance a llegar la luz del sol. Habiendo humedad ellas desplegarán su color, hasta más allá de sus propios límites, formando un jardín botánico de canciones de verde esplendor.

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229. Faint
enero 1, 2013, 12:20 pm
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TAYLOR DEUPREE
»Faint«
12K. 2012

Lánguido, abatido, débil. Una palabra, un estado, una sensación. Hojas de sonido que decaen, se debilitan, y renuncian a su árbol. De pronto decido, luego de leer algunas frases, entrar en el bosque seco e internarme en la naturaleza silvestre. Una vez dentro, no puedo salir de ese lugar, no quiero salir de ese lugar. Prefiero perderme y disolverme entre la hierba que volver a donde estaba antes, más perdido que resuelto. Encuentro más esperanza y refugio acá que en la vida real. “Shoals” (12k, 2010)  [108] era una suerte de ensayo abierto realizado en una estancia en la Universidad de York. Una suerte de cúspide de una labor realizada con paciencia durante años de exploración exterior y viajes introspectivos. Sin embargo, había algo, quizás debido a unas reglas que limitaban sus búsquedas, que impedían sus resultados. Esto visto desde la distancia, pues me pareció, y me sigue pareciendo, un gran trabajo. Esas costas invadidas por mareas acústicas son como agua purificadora. Esas piezas extensas, así como también su pequeño apéndice, “Shoals (Edition)” (12k, 2010). Lo que debía ser, lo es ahora –esto en el plano individual, pues también existe el espectacular “In A Place Of Such Graceful Shapes” (12k, 2011)  [172], compartido con Marcus Fischer, un oasis de nieve en el calor de la vida–, esto es, la conjugación de las ideas y los sonidos vertidos en sus obras pequeñas en una obra mayor, amplia, sobre la cual recostarse sin importar el tiempo, ni el aquí ni el ahora. Desde hace mucho que vengo señalando el enorme valor de trabajos como “Weather & Worn” (12k, 2009) [049], “Sea Last” (12k, 2008), “1am” (12k, 2006), “Landing” (Room40, 2006) [041] o “Snow (Dusk, Dawn)” (12k, 2010). Esos terrenos reducidos sirvieron de campo sobre el cual los crujidos, que son los pequeños estallidos que entrelazados forman la música de Taylor Deupree, germinaran de manera lenta y espaciosa, pausada y prolongada. El resplandor en la hierba congelada se ha convertido en un cobijo plácido y sereno. Sus notas esparcidas como hojas de cerezos en otoño han sido un hogar.

“El reloj avanza lentamente y el tiempo es sostenido como una respiración mientras la luz del sol cae desde el horizonte… Giro e peso de mi cuerpo hacia el otro lado de donde estoy recostado”. El texto que acompaña al nuevo disco del músico norteamericano habla de mañanas decaídas y despertares congelados. La música transcurre igual de agotada, las notas se suspenden en el aire sin querer abandonar su estado de somnolencia. Pero una vez abierta la caja, me veo hundido en un pozo de ruidos multiplicados. Y luego de unos instantes, de regreso a la tranquilidad. Las sonoridades se reiteran, lo que implica una reafirmación de un sello propio e inconfundible, único, personal, una identidad forjada uniendo trazo con trazo. Lejos quedan las desviaciones en el parque de silicio. Cerca queda el microscopismo y la fabricación de melodías a partir de las partículas más minúsculas. Desprendiéndose de los grandes segmentos y quedándose con los fragmentos más pequeños, esos restos los coloca sobre un colchón de planicies sintéticas e, intespectivamente, emergen capas de texturas orgánicas. Un proceso delicado, que surge de la espontaneidad y de la paciencia de esperar el momento justo en el que la magia aparece. Un proceso que es del todo natural: nada acá suena forzado, todo fluye de manera pura, auténtica, verdadera. Llevo un buen rato escuchando “Faint”, y su humedad ya se ha impregnado en mi piel. Ahora me encuentro en la mitad del largo viaje. “Thaw”, una extensa superficie de sintetizadores que se quedan quietos, casi inmóviles, subiendo tenuemente de nivel, cambiando lentamente de temperatura. Luz y calor débiles, y entre sus rendijas se manifiestan los pequeños detalles, dispuestos de aquella forma tan suya que parece que siempre hubiesen estado ahí, dispuestos a ser revelados. El manto sigue retenido, flotando entre el viento, con el viento, ligero, dócil. La pasividad con la que los accidentes se suceden, la simplicidad con la que unos se colocan detrás de los otros me hacen creer que no estoy en el lugar que se supone debiera estar. Me siento recostado en un lago cubierto de hielo, oyendo como el agua cristalizada se resquebraja en la inmensidad de la nada, donde todo se percibe de forma diferente. Electrónica de campo abierto desplazándose a una velocidad que parece ajena al mundo. La electrónica se vuelve acústica orgánica cuando abruptamente se rompe espacio entre una pieza y la otra. “Shutter” entra en paisajes pastorales en el instante en el cual la tibieza de las cuerdas eléctricas irrumpen con una fuerza tan poco violenta que enternece. Un murmullo adherido a la superficie sirve de suelo esponjoso, otro más, sobre el cual ocurren sucesos inesperados, ínfimos destellos interiores, invisibles desde la lejanía, apreciables desde la cercanía más próxima. A cada segundo ocurre algo que sorprende. Y, mientras tanto, la guitarra se diluye entre el reflejo de sus contornos. Otra vez oigo ese murmullo, y otra vez me recuesto en él. A estas alturas se ha convertido en una plácida almohada, confortable, infinita. Un estado apacible que actúa como amplificador de sonidos inesperados. Las notas planean hasta más allá de donde pueden hacerlo. El espacio se hace eterno. “Sundown” se expande con soltura, con ligereza en el horizonte mismo que separa el sol de la noche, perdiéndose en la oscuridad, ocultándose entre las olas imaginarias. Todo esto se mueve despacio, y se despide de la misma forma. Sin embargo, cuando se inicia, lo hace de una forma levemente distinta. “Negative Snow” recoge el ambiente que se crea y rodea a “1am”. Es decir, múltiples mantos de ruidos microscópicos, quiebres en una dirección y otra, que también recuerdan a “A Fading Found (Edition)”. Los microbios sonoros como una marea que emerge sobre la cara que podemos ver, exponiendo lo que no podemos oír. Los sonidos que existen bajo la tierra, imperceptibles casi siempre, se hacen perceptibles a los ojos de Deupree, y a los nuestros. Lo que antes eran insectos, ahora es la nieve que se rompe en mil trozos, y cada uno estalla en tonalidades diferentes. Las notas son igual que restos de escarcha manchada de tierra, pasadas por un prisma de colores suaves. Pero una vez que estas notas propagadas se han acallado, surgen de nuevo las zonas más estáticas de la tranquilidad. “Dreams Of Stairs” se balancea sobre los bordes del ambient equilibrándose encima de puntos aislados, encima de un piano de cristal. Electrónica de ensueño para dormir una eternidad, inmerso en sus tonos bajos. Y regreso a “Thaw”, y el círculo esta completo, pero a medias. Lo sería en la versión estándar, cincuenta y un minutos acompañados de un impecable diseño. Pero aún más impecable es la otra edición: una caja de cartón con “Faint” más doce fotografías que Deupree con una cámara de plástico hecha mano de 35mm, más un CD adicional. Su contenido: “Thaw (Reprise)”, los once minutos de la versión original dilatados hasta llegar a treinta y ocho, la quietud sostenida en un momento sin forma, inmune al paso del tiempo, atascada en un cauce profundo. Lo minúsculo pasa a ser mayúsculo, pero solo en las distancias, pues el fondo sigue siendo el mismo: atrapar los instantes pequeños, capturar los detalles y descubrir su belleza innata, retener lo hermoso de lo efímero.

Inmerso en la instantaneidad actual, este trabajo parece fuera de sitio, atemporal. El avance pausado, su preocupación por prolongar lo breve, por extender lo momentáneo y escarbar debajo del suelo, infiltrándose en las grietas que quedan entre los sonidos, lo sitúa en otro lugar. Sus largos trazos contienen varios dobleces que se prolongan más allá de sus límites, desplegándose como una delgada y gran hoja de papel de materiales reciclados, un pliego amplio con millones de fragmentos frágiles, débiles, que al chocar entre sí producen el mismo ruido que se genera al frotar la nieve en la mano.

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228. Vanishing Mirror
enero 1, 2013, 12:10 pm
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PILL–OH
»Vanishing Mirror«
KITCHEN. LABEL. 2012

Solo dos años separan a dos personas que, envueltos en sí, desfragmentan este mundo en pequeños trozos, en un instante, solo cuarenta y cuatro minutos separan la realidad de la ficción, el mundo destruido y reestructurado en un lugar mejor, aparte. Trece episodios son los nuevos sitios donde estar por un lapso, alejado del ruido exterior, lejos de la realidad, cerca de uno mismo. Un soplo de ilusión. Estos nuevos capítulos para sentirse acogido nuevamente vienen acompañados de una de las sorpresas de la temporada, al menos a nivel personal. Hace poco más de un mes que descubrimos físicamente a Kitchen. Label, sello ubicado muy lejos de nuestros hogares, pero ya convertido en una casa próxima a nuestros corazones. Desde Singapur, Ricks y April se empeñan que cada producto no sea un objeto más a acumular entre el resto de objetos. Cada edición es más que una simple colección de canciones, que ya es mucho, y esta no es la excepción. Rodeado de un hermoso diseño, el número diez del catálogo es otro más a atesorar en una caja especial.

Pill–Oh es, son, dos músicos nacidos en Atenas, Grecia. Ella es Zinovia Arvanitidi, nacida en 1976. El es Hior Chronik, nacido en 1974. Ese último comenzó a relacionarse con la música cuando ejercía de productor para una radio de jazz en los años noventa y como columnista para varias revistas. Más tarde, hace unos siete años ya, es que inició a crear su propia música, no solo a hablar de ella. Ambient de raíces nostálgicas, melodías con fuerte carga emotiva. Una carrera corta, que aún esta en sus primeros pasos –aunque todos sabemos que no importa la cantidad–. Este trayecto ha deparado dos trabajos, “I’m A Tree” (Enregistrements Variables, 2010) y “Unspoken Words” (Mü–Nest, 2011), este con participación de Akira Kosemura, Roger Doering (Dictaphone: una banda con la que comparte mucho) y Zinovia. Así llegamos a ella. Sus primeras lecciones de piano las tomó a los ocho años, y ya a los quince escribió sus primeras composiciones. Una vez acabados sus estudios comenzó a colaborar con diversos proyectos, de diversas formas, así como componer para obras de teatro y cine. Año 2009: Hior y Zinovia se unen, el hundiéndose en las armonías que ella crea con sus delicadas manos, ella hundiéndose en las texturas que el tiernamente fabrica, ambos sumergiéndose entre sí en un mar de sonidos firmes entre paisajes que se desvanecen. Pill–Oh nace. Año 2012, “Vanishing Miror” nace. “I can disengage everything from my mind, so I can imprint them in a few pages”. Comienzo a oír, sin mucho conocimiento, tan solo con la confianza. Al final, todo se trata de fe. No hay mejor modo de iniciar un viaje, de invitar a alguien a seguir caminando que hacerlo con el sonido de las aves –si una pequeña ave suena al comenzar un disco, una canción, de inmediato querré oír más–. Esas aves son las que dan la bienvenida, entre el murmullo enredado de luces sintéticas, entre el follaje artificial haciendo de mesa sobre la cual se apoyan las notas de piano sueltas sobre el mantel movido por el viento, cajas de música, y una orquesta de bolsillo. Todo suena en su lugar, nada escapa a su tamaño necesario, cada cosa en la medida justa. Parece sencillo, así suena, pero es el trabajo cuidado al extremo, producido durante ocho estaciones, albergado en la mente un largo rato hasta desembocar en esto, tres minutos y cuarenta segundos que inician un futuro mucho más brillante. “February Tale” es el comienzo, tan solo eso. “Notebook” se mueve con agilidad, entre surcos invadidos por cuerdas y cuerdas, lo opuesto a “Stolen Moment”. Zianova arremete son suavidad en un espacio cerrado, con vistas a la infancia, y más adelante la instrumentación más opulenta comprime más y más el recuerdo. Si antes hablaba de futuro brillante, es por piezas como esta, “Fields Of Yellow Leaves”: piano, piano de juguete en un juego de sonidos que lleva los momentos más felices de la vida, la alegría que se acrecienta con la entrada del acordeón, Nils Frahm y Yann Tiersen en el mismo cuarto. “Melodico”, mil notas de tamaño diminuto concentradas en un conducto pequeño, levemente la electrónica de Hior aparece, casi sin quererlo. A escondidas emergen ruiditos en medio del acordeón, marcando un tono más triste que la pieza que le antecedía, más o menos, el mismo ánimo de “Memory”, un tanto más agitada y, otra vez, con las apariciones de clicks diseminados y borrosos. “Nightstill” y “Floating Feather” vuelven la mirada hacia adentro, muy adentro, hacia un ambient acústico de interiores. En realidad, muchas de los momentos se desplazan por ese terreno, de dirigirse hacia ese lugar en la intimidad de la memoria. “No Regret”, por ejemplo, pese a los adornos de electrónica de juguete, sigue siendo una visita hacia uno. Los paisajes serán más ocupados, pero el ánimo será el mismo. La melancolía vuelve a llenar el lugar que tiene reservado. “Waking Up To A Dream” y “Movements Of Duality” reafirman ese estado de añoranza. “I Wake Up And You Smile” es la primera y única pieza de todas en que la voz de un ser viviente aparece. Una desconocida nanaye, al menos para mí, cuando ya pensaba que todo se había dicho, surge entre el sobrio tejido. Su voz, difusa, aletargada, cercana, profundiza las sensaciones que se generan al escuchar las ambientaciones producidas por Zinovia y Hior. La belleza gris se vuelve belleza en colores débiles. Antes era desconocía, ahora es un familiar más. La despedida es con los pies en suelo y los ojos en las estrellas. “Promise”, con la ayuda en el cello de Aaron Martin, encierra la tristeza que pudo haber ocupado alguno de sus espacios en un pequeño sobre y la envía al cielo. Su carácter nocturno, en el medio de la noche, se ve iluminado por un cuerpo celeste que irradia luz y esperanza al final de la noche.

En un paisaje donde el sol acuchilla a la memoria. Una frase que se lee alrededor de una imagen en la página tres de un precioso libro de dieciocho por catorce centímetros. Un increíble diseño, otro más de Kitchen. Dieciséis hojas, once de ellas fotografías de la artista radicada en Francia Aëla Labbé, donde la luz del sol quema los recuerdos. Los colores se dispersan entre figuras que pierden sus contornos y se vuelven una con el fondo. Personas reales son captadas y entregadas como si fuesen fantasmas, el reflejo de una infancia espectral. Lo que se encuentra detrás del lente se desvanece en imágenes de perturbadora belleza. Al otro lado del espejo, los sonidos se reflejan de forma casi mágica. La estructura de estas piezas breves se halla en las armonías que Zinovia arma finamente, trazando delgadas líneas de cuerdas, pero principalmente, suaves tejidos de hilos con su piano. Hior se inmiscuye de manera furtiva, escurridiza, cada vez asomándose más a medida que avanza al ritmo de las canciones, inmerso en los arreglos. “Vanishing Mirror” es un soplo de ilusión evaporada, un sueño que absorbe la oscuridad, amparado en los recuerdos.

www.kitchen-label.com


227. Touch. 30 Years and Counting
enero 1, 2013, 12:00 pm
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VARIOS
»Touch. 30 Years and Counting«
TOUCH. 2012

“’30 Years And Counting’ es un eco de un tiempo de cuando el mundo estaba en una situación crítica”. ”Touch. 30 Years and Counting” es el eco de un tiempo pasado que no se conformo con ser solo pasado. Es el fiel reflejo de una época con la mirada siempre, de alguna manera, puesta en el futuro. Este es un resumen del hoy, pero en cierto sentido, también del ayer de Touch, un sello que no es un sello. Touch nace allá muy lejos en la historia, cuando aun se respiraban los aires congelados de la guerra fría. Era 1982, cuando Mike Harding y Jon Wozencroft fundaban esta compañía en Inglaterra, en momentos en que el formato a través del cual circulaban sus transmisiones era otro, años de cassette music. Hoy, treinta años después, con otros formatos y las mismas convicciones, Harding y Wozencroft continúan reformulando el sonido, volviendo a su raíz, deformando el ruido, disolviendo la música e sus partículas elementales. Por supuesto que aquello que sonaba hace tres décadas no es lo mismo que suena el día de hoy. Sin embargo, sus señas de identidad permanecen intactas, dispersas, insobornables. Touch ha sido, y lo sigue siendo, una masa constante de ruido áspero, difícil, maleable, orgánico, abrasivo, expansivo e intimista, digital, minimalista, incomodo, complejo, abierto, absoluto.

“Touch. 30 Years and Counting” intenta repasar su historia reviente, congregando a dieciséis artistas, una constelación de estrellas comprimidas en setenta minutos. Un CD, doble LP, cuatro tracks, cada uno subdividido en varias partes, ensamblado por los mismos directores del sello, masterizado por Denis Blakham. ”El asunto no fue solo celebrar un hecho, sino que además recordarnos a cada uno de nosotros por qué estamos haciendo esto y hacer una especie de documental realista. La red resultante fue que Mike y yo masterizamos el LP/CD mas o menos como una presentación en vivo, en la sala de edición, como una expresión de la vitalidad del proyecto”. Después del sonido del agua, acreditado a TOUCH 33 –a saber, el directorio mismo de la marca inglesa y una muestra de field recordings–, hace acto de aparición FENNESZ. “55 Cancri E”, nunca el noise y unos sonidos fragmentados de una guitarra desperdigada en el cielo azul fueron tan hermosos. Mucho más comedido que antes, el austríaco, con tan solo esparcir unas cuantas notas sobre una delgada tela, logra un paisaje de digitalismo estelar, frágil e infinito, belleza pura. Además, esos espacios sin llenar, permiten que restos de luz atraviesen sus fibras. Lo repito, belleza en estado puro. Le sucede BRUCE GILBERT (Wire, Duet Emo, Dome), contemporáneo al nacimiento de Touch, con un planteamiento similar, pero de formas más rugosas, y también más crípticas. Estelas análogas de fluidos sintéticos, destellos espectrales y oscuridad gris. ROSY PARLANE –aún presente esta “Jessamine” (Touch, 2006)– entrega una miniatura muy próxima al autor de “Black Sea” (Touch, 2008), donde también participó. OREN AMBARCHI vuelve a armar un aura donde las cuerdas se trenzan en una red sencilla, también acoplada con orquestaciones que desfallecen y crujidos que se incrustan a la piel. El primer bloque es poco menos que perfecto. Cada parte esta unida a la otra de manera simétrica, aún cuando las separen segundos de silencio, pero el orden es preciso. El lado dos nuevamente se abre con grabaciones recogidas, capturadas desde las ondas de radio. ELEH se queda solo en una habitación, acompañado de un piano, y rodeado de electrónica sutil, un zumbido casi imperceptible como fondo para notas tristes. El contraste viene cuando BJ NILSEN aparece. Sin embargo, el ruido industrial, la música de la ciudad de la que hace eco, se mezcla de tal manera, aún con el choque inicial, que no se distingue un lugar del otro. Finalmente, NANA APRIL JUN devuelve el mar a nuestros oídos, pero no de forma intacta, sino sumando capas de distorsión marina y profundidad oceánica que llega a quemar. Side 3, CHRIS WATSON, “Brussel–Nord”, las grabaciones de campo tal y como se oyen cuando uno las presencia tal y como son. En este caso, hay trenes, cuerpos auditivos estancados en el aire, formando una línea múltiple de ambient surgido de la realidad. MIKA VAINIO se entrega a las frecuencias de metales asimétricos. Noise industrial de rasgos helados, de color oscuro, superficies sucias y estructuras disonantes. CARL MICHAEL VON HAUSSWOLFF, el rey de su propio reino digital, continua la senda iniciada por el finés, aunque encerrado en si mismo y en in sistema más minimalista. La faceta menos accesible de Touch. JANA WINDEREN, especie de alumna aventajada de Watson, vuelve al punto inicial: aves, insectos y líquidos como un plano sobre el cual desarrollar la música. De nuevo son las ambientaciones marinad el sitio donde se estanca el disco. Lado cuatro. PHILIP JECK, ruido y cuerdas de guitarra tensas, repetición y delay, expansión y concentración, atmósfera de plástico derruido. “Untitled #286”, otra pieza más de FRANCISCO LÓPEZ, aves en un espacio abierto, en una selva de concreto vacío y con repercusiones de electrónica subliminal que se interrumpe abruptamente. Z’EV realiza una especie de síntesis del lado más artificial, menos humano de lo que ha sonado hasta acá. HILDUR GUÐNADÓTTIR trae algo de sonidos de madera y cuerda, intervenida por mantos de sutileza indefinida. El momento de cercanía y calor necesario dentro de tanta frialdad. Sin embargo, es BIOSPHERE quien retorna a los campos de hielo. No hay notas (o casi), no hay melodía, lo que hay es un estado y una sensación de espacios congelados en las planicies deshabitadas.

“’30 Years And Counting’ es una respuesta de parte de un colectivo de artistas que han creado una impresión distintiva en la música contemporánea’. Con una fotografía del Colossus, el primer computador, imagen tomada por Wozencroft –más el título impreso en Magda, la tipografía habitual del último tiempo–, responsable de la mayor parte del arte que acompaña a las ediciones del label, un diseño impresionante, único, exquisito, inmenso, esta recopilación encierra a sus artistas más habituales, que comprimen el ruido de una etiqueta que sigue siendo difícil, orgánica, compleja, minimalista. Son treinta años y contando. El sonido que se inició hace tres décadas permanece intacto.

www.touchmusic.org.uk